domingo, 2 de enero de 2011

Un intruso en la escena del crimen.



En el número 1 de QdC (Quadernos de Criminología) le dábamos las gracias a Edmond Locard por haber enunciado su famoso Principio de Transferencia (Quiscunque tactus vestigia legat; todo contacto deja su rastro) o, dicho de otro modo, en la escena del crimen queda algo del delincuente y éste se lleva algo de la escena.

Ahora bien, que no haya indicios físicos no quiere decir que tengamos que dar carpetazo al asunto porque las vías de investigación se agotan a falta de aquéllos. Si no los hay materiales, podemos recurrir a los psicológicos (acuérdense de la película Seven) y llegar igualmente a una solución satisfactoria. Quiero pensar que, al final, todo es cuestión del empeño que se ponga en el trabajo. Seguro que quienes han tenido la tarea de investigar a diario durante años, habrán llegado a la modesta conclusión de que es difícil no encontrar algo –díganse fibras, sangre, cabello, célula humana etc.– que vincule unívocamente al autor con el crimen. Puede que estemos hablando de células microscópicas, partículas pertenecientes a útiles, restos mínimos, en definitiva, que, de no hallarse, puede obedecer a dos causas fundamentales:

1. La falta de instrumental que sea capaz de detectar (además de las células o rastros microscópicos) las huellas dactilares que se asientan en la ropa, en los soportes porosos e incluso en la propia piel.

2. La falta de preparación o inexperiencia del investigador.

Dando por bueno que tenemos medios y experiencia suficiente para escrutar una escena criminal con garantía de éxito, ¿qué ocurre cuando aquélla se ve desdibujada o contaminada por todos aquellos profesionales que acuden antes que los especialistas de la policía científica, a realizar las actividades propias de su especialidad? Claro que, en esto, los protocolos parece que lo dejan bastante claro aludiendo a un concepto teórico que cuesta no poco esfuerzo llevarlo a la práctica.

Es la coordinación. Pero seamos claros, en ocasiones, cuando se comete un delito de cierta alarma social –una agresión sexual, un homicidio, un asesinato…– la coordinación de la que hablamos, al menos en los primeros momentos del hecho, es difícil hacerla efectiva. Empezando por el propio círculo de personas que interrelacionan en primera instancia con el agresor o la víctima –que no tienen porque coordinarse ni falta que les hace– continuando por los curiosos –que los hay a cientos–, siguiendo con los medios de comunicación, servicios sanitarios, comisión judicial…, finalizando con los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y, dentro de éstos, los que integran las distintas especialidades. Total, que cuando se produce un hecho en el que, por ejemplo, hay una importante cantidad de sangre esparcida por aquí y por allá, la escena, puede convertirse en un chapazal con romería incluida. Lógicamente, esto supone una merma importante en la calidad que se persigue cuando se lleva a cabo la Inspección Ocular Técnico Policial. Por eso, es fundamental que los funcionarios de policía que llegan primero al lugar de los hechos, adopten una serie de medidas de protección tendentes a la protección integral del lugar, evitando también las ingerencias de personas no autorizadas. Pensemos que el escenario criminal y sus circunstancias son una de las pocas fuentes de información donde el autor deja su tarjeta de visita, de modo que podamos relacionar su autoría con el hecho.

Podremos tener excelentes maletines con reactivos, kits de recogida de muestras, pinceles, cámaras fotográficas y luz forense, pero si el pelo que tenemos que recoger del dorso de la mano de la víctima es de su vecino, la colilla del cenicero la dejó el policía, el médico forense o el propio juez o las huellas lofoscópicas halladas en el auricular del teléfono son del médico del 112… ¿de que coordinación estamos hablando? Sí, habremos acudido unos detrás de otros o quizás todos a la vez; cada uno habrá llevado a cabo su trabajo con exquisita profesionalidad. Nada qué decir, pero, la coordinación tiene que admitir ese plus de profesionalidad de hacer bien mi trabajo pensando en los que van a venir después, y ello supone no hacer desaparecer los indicios ni contaminarlos; preservar en la medida lo posible lo que me encuentro.

Es sencillo: A priori, colocarse unos simples guantes de látex, unas calzas o evitar dejar rastros innecesarios es sinónimo de calidad. De eso hablamos cuando se gestionan bien los recursos humanos y materiales, cuando los trabajos están hechos por personal especializado que está sometido a una formación permanente y actualizada. Cuando los protocolos de actuación se adecuan lo más posible a los casos que se puedan dar, ya que su flexibilidad permitirá encajar dentro de lo razonable ciertos imponderables. También la famosa cadena de custodia es un hecho de calidad. Ésta garantiza la identidad y la integridad de los vestigios o muestras que pueden ser fuente de prueba en un hecho criminal. Su adecuación, desde el primer momento en que aparecemos en escena, es la mayor garantía de éxito de cara al proceso en su momento culmen: la recreación de la prueba con total asepsia en la vista oral.

Quién sabe, pero quizás Locard, consciente o no, ya contaba con los “intrusos de la escena criminal” cuando formuló su otro axioma de que “no hay delitos perfectos sino mal investigados”.

Autor: Roberto Carro Fernández

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