viernes, 6 de agosto de 2010

La muerte no es el final


Este es el título del himno laureado que recuerda a todos los que han caído por España. En su origen fue una canción que compuso el sacerdote vasco Cesáreo Gabaráin Azurmendi y su propósito fue rendir homenaje a la memoria del organista de su parroquia, Juan Pedro, joven que falleció a la edad de 17 años.

Pero no, no es este el argumento del artículo, aunque sí la semántica de la frase en cuestión, constituyendo una metáfora criminalística de lo que supone la muerte asentada en una anatomía agotada.

Desde el punto de vista biológico, la explicación de este fenómeno definitivo es rotunda: “la culminación de la vida de un organismo vivo o incapacidad orgánica de sostener la homeostasis”. En román paladino: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. No hay opción: finito. Se acabó.

También caben otras visiones más o menos románticas, trágicas e incluso esperanzadoras de este fenómeno que pone fin a nuestro peregrinar por esta feria. Lo que está claro es que no podemos pasar de puntillas por este hecho cierto. Tanto es así que el tránsito por la vida y su elemento más crucial al finalizarla, ha constituido un elemento recurrente por las más variopintas formas que adopta el arte. Échenle, si no, un vistazo, por ejemplo, al cuadro de Pieter Brueguel el Viejo, “El triunfo de la muerte”. Vale que la visión del pintor es un tanto apocalíptica; el lienzo es impasible a la hecatombe y la campana avisando del fin del mundo, marca el ritmo fúnebre de cada una de las escenas donde la muerte y su representación más iconográfica –el esqueleto y la guadaña– amenaza la existencia de las gentes de todo nivel, campesinos, soldados, nobles e incluso reyes. Nada ni nadie escapa al hecho de que, al final, la muerte, derrota a la vida.


También la lectura que hacen del hecho algunas religiones, esconde un hilo de esperanza. Así, la religión cristiana considera la muerte “como el fin de la permanencia física del ser humano en su estado carnal..., el espíritu abandona el cuerpo físico que se deteriora y que es incapaz de sostenerse bajo las leyes de este universo finito, e inmediatamente vuelve a Dios” (Eclesiastés 12-7). Por lo tanto –y desde este punto de vista– la creencia de una vida después de la muerte, no es un hecho aislado que le sea indiferente a la condición humana pues, según ciertos estudios antropológicos, hasta los Neandertales ya practicaban estos entierros dedicados, albergando la maravillosa esperanza de volver a ser en otro estado, en otro tiempo y lugar.

Pero dejemos estos argumentos de fe para entrar en otros de contenido más somático que expliquen qué es lo que ocurre momentos antes del óbito, durante y después, hasta apuntalar de un modo lógico y científico, la mecánica de los acontecimientos que suceden en el perimundo del finado. Solo así podremos entender –y, por ende, explicar– cuál es la trama que se organiza en torno a esos minutos finales de una vida, valor supremo que explica la tanatología forense, o ciencia médica que estudia los fenómenos relacionados con la muerte que –junto a la medicina legal y forenseinterpretan las formas que adopta una estructura bioquímica regida por leyes físicas, químicas y biológicas que antes dotaban al organismo de equilibrio interno y que, ahora, la dama de negro sesgó de un plumazo, ganándola para su mundo sombrío.

Ahora bien, si este desequilibrio llega por un proceso normal, todo estará justificado conforme a una ley natural, pero si el desequilibrio tiene como desencadenante una muerte violenta o sospechosa de criminalidad, entonces tendremos que comenzar a leer el lienzo donde toma asiento la voluntad desquiciada de quien personaliza el odio fratricida, la venganza, el lucro…; ese potencial humano que responde, tristemente, a la dualidad de poder crear lo más bello o lo más execrable en toda su dimensión. Por lo tanto, y a tenor de lo dicho, bien podremos deleitarnos con las creaciones más sublimes o bien interpretar las más atroces, pues son estas últimas las que guardan una explicación que aunque incomprensible y condenable desde un punto de vista ético, arrojan luz sobre la verdad criminal que se investiga. Eviscerar la naturaleza muerta es también la más bella expresión artística a la hora de aclarar el fenómeno de la muerte, esa que tumbada en posición decúbito supino sobre la mesa de autopsias, y analizada, ya sea desde un punto de vista filosófico, religioso o criminal, responde a una misma realidad, una cesación total y definitiva de las funciones vitales del organismo. Solo que en tanatología y en medicina legal y forense se obra el milagro de viajar en el tiempo a fin de revivir el postrer momento que pone fin a toda una existencia, consiguiendo incluso descifrar enigmas de autoría. Esta realidad, demostrable hoy científicamente, fortalece el significado implícito de esta frase tan esperanzadora: “La muerte no es el final”.

Autor: Roberto Carro Fernández

1 comentario:

Ernesto Pérez Vera dijo...

Maravilloso repaso a un eterno tema…y dilema. Tan bueno es el texto como su redacción.

Enhorabuena.

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