martes, 15 de junio de 2010

Barreda el odontólogo



Por Paula Daniela Alcoba

Justificar a ambos lados
Ricardo Barreda, odontólogo de profesión, vivía en la ciudad de La Plata, en la calle 48 entre 11 y 12 junto a su mujer Gladys Mc Donald de 57 años, la madre de esta, Elena Arreche, una anciana de 83 años y sus dos hijas; Adriana de 24 años y Cecilia de 26.

El 15 de noviembre de 1992 Ricardo Barreda se despertó como todos los días y le dijo a su mujer que iba a limpiar las telas de araña que había en el techo. Ella en forma violenta le contestó "Andá a limpiar, que los trabajos de conchita son los que mejor hacés" (esto en referencia a lo que significa el término concha en Argentina. Que si bien hace mención al caparazón de las caracolas de mar también se lo utiliza para mencionar de manera despectiva, bizarra y mal hablada a la vagina de la mujer).

Estas contestaciones eran habituales no solo en boca de su mujer sino también de sus hijas y su suegra que lo maltrataban continuamente con esta y otras frases que lo humillaban continuamente como hombre y como persona.

Después de limpiar las telas del techo decidió seguir haciendo tareas para el hogar y decidió podar la parra. Para esto, se dirigió al cuarto donde guardaban las herramientas y los elementos del jardín y allí vio la escopeta la escopeta Víctor Sarrasqueta calibre 16,5 que justamente su suegra le había traído de Europa.

Sin más, Barreda tomó la escopeta, la cargó y se llevó algunos cartuchos más en el bolsillo y entró nuevamente a la casa.

En la cocina estaban su mujer y su hija menor, Adriana. Sin ningún miramiento comenzó a disparar. Primero mató a su mujer y a pesar del estruendo del tiro escuchó a su hija Adriana que gritaba “Mamá, está loco” e inmediatamente mató a su hija. En ese momento, bajaba por la escalera su suegra –que según Barreda fue la culpable de la desintegración de la familia- y sin dudar un instante apuntó y tiró matándola instantáneamente. En ese momento la hija preferida del odontólogo – Cecilia- saltó sobre el cadáver de su abuela y le gritó: "¿Qué hiciste, hijo de puta?". Pero las preferencias no pesaron en ese momento y también la mató.


Mientras los cuatro cadáveres yacían en la casa Ricardo Barreda, él se sentó en el sillón abrazado al caño de la escopeta. Fueron nueve disparos que terminaron con la familia Barreda.

Con la misma prolijidad y pulcritud que tenía en su consultorio, levantó los cartuchos que había utilizado, los puso en una caja y los colocó en el baúl (cajuela) del automóvil.

Ya tenía todo planeado, regresó al comedor, desacomodo y corrió algunos muebles de lugar, tiro papeles en el piso y montó la escena del crimen como si hubiera sido un robo.

Al mediodía se subió a su auto, se deshizo de los cartuchos arrojándolos en una boca de tormenta del centro de la ciudad de La Plata y de ahí se fue a un lugar muy cerca de Punta Lara (Localidad balnearia) adonde tiro la escopeta en un canal.

Según su criterio ya no quedaba prueba alguna que lo incriminara con el asesinato de toda su familia entonces se fue de paseo al zoológico y luego –según conto en el juicio- visito a sus padres en el cementerio.

A las 16:30 paso a buscar a su amante, Hilda Bono, con quien estuvo en un hotel alojamiento cerca de dos horas y media. Luego la llevó a su casa y se despidió de ella.

Cerca de la medianoche Barreda volvió a su casa y la realidad estaba ante sus ojos. Los cuatro cadáveres estaban retirados en la cocina y en la escalera pero nada le impidió continuar con su plan, entonces llamó a la ambulancia y la policía. Cuando llegó la autoridad se mostró sorprendida, inventó un robo que no existió y se mostró confundido.

La policía lo traslada hasta la comisaria Primera y allí le toman declaración. Al comisario Angel Petti algo no le terminaba de cerrar, había algo que no coincidía, entonces, muy hábilmente le hace entrega a Barreda de un código penal abierto en el artículo 34 que dice;

“ Art. 34.- No son punibles:

1º. El que no haya podido en el momento del hecho, ya sea por insuficiencia de sus facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de inconsciencia, error o ignorancia de hecho no imputable, comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones.

En caso de enajenación, el tribunal podrá ordenar la reclusión del agente en un manicomio, del que no saldrá sino por resolución judicial, con audiencia del ministerio público y previo dictamen de peritos que declaren desaparecido el peligro de que el enfermo se dañe a sí mismo o a los demás.

En los demás casos en que se absolviere a un procesado por las causales del presente inciso, el tribunal ordenara la reclusión del mismo en un establecimiento adecuado hasta que se comprobase la desaparición de las condiciones que le hicieren peligroso;
2º. El que obrare violentado por fuerza física irresistible o amenazas de sufrir un mal grave e inminente.
3º. El que causare un mal por evitar otro mayor inminente a que ha sido extraño.
4º. El que obrare en cumplimiento de un deber o en el legítimo ejercicio de su derecho, autoridad o cargo;
5º. El que obrare en virtud de obediencia debida;
6º. El que obrare en defensa propia o de sus derechos, siempre que concurrieren las siguientes circunstancias:

a) agresión ilegítima;
b) necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla
c) falta de provocación suficiente por parte del que se defiende.

Se entenderá que concurren estas circunstancias respecto de aquél que durante la noche rechazare el escalamiento o fractura de los cercados, paredes o entradas de su casa, o departamento habitado o de sus dependencias, cualquiera que sea el daño ocasionado al agresor. Igualmente respecto de aquél que encontrare a un extraño dentro de su hogar, siempre que haya resistencia.

7º. El que obrare en defensa de la persona o derechos de otro, siempre que concurran las circunstancias a) y b) del inciso anterior y caso de haber precedido provocación suficiente por parte del agredido, la de que no haya participado en ella el tercero defensor.”

Ricardo Barreda leyó detenidamente el texto que le dio el comisario y sintiéndose más seguro lo llamó a Peretti y confesó la verdad.

Fue detenido y llevado a juicio oral y público el día 7 de agosto de 1995 ante un tribunal compuesto por Carlos Hotel, Pedro Soria y María Clelia Rosentock, todos, integrantes de la Sala I de la Cámara Penal.



Después de largas jornadas de juicio Ricardo Barreda fue condenado reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple.

De los tres jueces, sólo Rosentock creyó que Barreda estaba loco. Y dijo en el fallo: "Era un fanático de la unión familiar que sucumbió cuando la vio desintegrarse".

El juicio fue muy interesante desde todo punto de vista; porque la sociedad estaba dividida; algunos creían que estaba loco y no sabía lo que hacía y la otra mitad aseguraba que era un gran simulador.

Lo cierto es que durante el juicio, se escucharon todas las voces; las declaraciones de los abogados que trataban de defender la inimputabilidad, los testigos que contaban como era la familia y los maltratos que se prodigaban, los peritos que aseguraban que se trataba de un gran simulador que podría volver a cometer otro crimen y la del propio acusado que era espeluznante escucharlo hablar, sobre todo, con la frialdad con la que contaba los hechos. Frases como;

- "Lo volvería a hacer porque vivía en un infierno y me tenían loco".
- "Eran ellas o yo".
- "Si no las mataba, ellas lo hubieran matado a él".


Si, Ricardo Barreda fue condenado a la pena de reclusión perpetua , por lo cual se entiende que no saldría más. Pero las leyes en Argentina dicen una cosa y los hombres hacen otra.

Al cumplir los 70 años Barreda presentó un recurso a fin de que sus abogados lograran la prisión domiciliaria ya que las evaluaciones de su conducta dentro del penal habían sido muy satisfactorias y había formado una nueva pareja, Berta André, una docente a quien había conocido estando preso.

Berta ofreció su casa de Belgrano para que el odontólogo cumpla con la prisión domiciliaria, pero los vecinos se opusieron porque no querían “convivir” con un asesino de esas características.

Finalmente la justicia borro con el codo lo que escribió con la mano y le otorgó a Ricardo Barreda la prisión domiciliaria ya que según el propio preso argumentó; "Soy consciente de lo que pasó pero en ese momento yo no era yo. Apelo a los corazones y buen entendimiento de los miembros del tribunal para que valoren esto y el deseo que tengo de poder reinsertarme en la sociedad, de la que nunca salí pese a estar preso”. Además agregó que “Con suerte podré formar una buena familia. Siempre quise eso, desgraciadamente todas las cosas me salieron al revés. Y cuando mejor quise hacerlas peor me salieron".


Ricardo Barreda, alias “el conchita” se convirtió en un referente cultural para muchos hombres ya que mostró al mundo y concretó el deseo del imaginario colectivo de muchos hombres “matar a la suegra y a la mujer”. Muchos lo repudiaron y otros lo idolatraron convirtiéndolo en una suerte de “ídolo” o “referente” incluso para muchos jóvenes que hasta le compusieron un tema musical, le armaron una página en el facebook y hasta lo nombraron “San Barreda”.

Durante el tiempo que estuvo detenido estudió derecho y cuando rendía los exámenes en la Universidad de Buenos Aires, cuentan que los estudiantes lo aplaudían y lo “felicitaban” por su “proeza” reflejo fiel de la sociedad en la que vivimos.



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