lunes, 24 de agosto de 2009

De las crestas papilares (III) : Robo de la identidad




Aquí os mostramos la tercera y última parte de la serie sobre las crestas papilares de Roberto Carro. Los capítulos anteriores del artículo se pueden consultar en otras entradas de este blog ( De las crestas papilares I" y “De las crestas papilaresII " ) y en los números 4 y 5 de “Quadernos de Criminología”.

Autor: Roberto Carro Fernández

De todos es sabido que, desde tiempos inmemoriales, se viene atribuyendo a los dibujos digitales que pueblan las palmas de nuestras manos y la planta de nuestros pies un valor supremo, casi absoluto, de cara a la identificación personal; al principio sin el rigor científico necesario, pues, las explicaciones más plausibles pasaban por ser –cuanto menos– un saber antiguo que nacía de la propia fe. Así, en determinados pasajes bíblicos –como el Libro de Job 37,7– Eliú, al cantar la Sabiduría del Creador, dice: “Él pone un sello sobre todo hombre para que todos reconozcan que es obra de Él”.

Luego, con la evolución histórica que ha sufrido la dactiloscopia, como ciencia válida para la identificación, tomando forma a base de aplicaciones empíricas, prácticas, investigaciones anatómico-descriptivas, científico-descriptivas y clasificaciones prácticas, hasta llegar a ser lo que son: uno de los sistemas de identificación que, junto con el ADN, gozan de mayor popularidad y aceptación, se fraguaba un sistema que al menos de momento resulta infalible. Y fíjense que digo “casi absoluto” porque a uno siempre se le plantea la duda de que, si a las propia configuración de las crestas[1] les sumas un método basado en la práctica científica según la cual la repetición o duplicidad de los procedimientos y de sus conclusiones tienen validez probatoria, resulta que las garantías son plenas para este sistema; pero, cuidado, porque en ocasiones puede quedar desvirtuado por el también “talento” de nuestros contrincantes en el escenario donde se desarrolla la contienda criminal.

A este respecto, y también desde antiguo, ya hubo quien trató de “sabotear” la relación biunívoca que une a la persona con su código de barras papilar. El ingenio no tiene límites cuando se trata de poner en jaque el buen hacer del investigador. Así pues, los intentos de alteración de las yemas de los dedos, ocupa una parte mínima en el devenir histórico de la identificación, a la que vamos a considerar anecdótica por lo improductiva, aunque no por ello carente de cierto romanticismo. Digamos que todo parte de esa cualidad fundamental de los dibujos formados por las crestas papilares, de ser inmutables.

Para lo bueno y para lo malo, partimos de ella como premisa; y es que su origen debido a una formación en el grueso de la dermis, y su persistencia o regeneración en tanto aquélla no sea alterada, es el caballo de batalla para los que basan su trabajo en este principio biológico y para quienes sabiéndolo o no, tratan de falsearla. Tienen una especial significación los intentos llevados a cabo por el capo Jack Pretty Klutas, caso que salió a la luz en el año 1934 cuando se “limó” las crestas papilares de las yemas de los dedos. En la misma línea Al Karpis o Freddie Barker, recurrieron a los servicios del conocido médico “remendador de gángsters” Joseph P. Morán para que les retirase el tejido de las yemas de los dedos. Los resultados de la cirugía de urgencia llevada a cabo tanto para uno como para los otros, arrojaron los mismos resultados, y es que, cuando les quitaron las vendas, descubrieron que sus líneas papilares empezaban de nuevo a mostrarse a través del tejido cicatrizado.

Otras formas ingeniosas de intentos de falsificación pasan por realizar sellos de goma que reproduzcan una trama de similares características a las que forman las crestas. La realidad es que intentar reproducir artificialmente el proceso por el que, partiendo del sudor humano, se forma una huella latente normal, es tarea harto complicada. La sola observación con una lupa, o siendo la réplica de una calidad aceptable y, en consecuencia, se sometiese a la observación minuciosa de un microscopio, mostraría imperfecciones o carencias que alertarían sobre su autenticidad.

En definitiva, tratar de reproducir los pequeños detalles individualizadores no resulta fácil; por ejemplo: si ya es difícil “calcar” una trama de crestas, con una morfología determinada que puede aglutinar hasta 120 puntos característicos distribuidos en una matriz –que es garantía de identificación– con un paralelismo que varía en función del tipo de dactilograma, a su vez vinculado a un núcleo o delta que también es típico para esa huella o fragmento de ella…, imagínense entonces, el dimensionado micrométrico de un poro situado en un punto concreto de una cresta, en relación de longitud y latitud con otros poros, surcos y crestas; pues, a primera vista, se me antoja un trabajo que requiere de algo más que ánimo de defraudar.

Lo último es plantar cara a la biometría informática que toma como patrón las características fisiológicas que son en sí mismos los dibujos digitales. Así que, sin el más mínimo rubor, ya ha habido quien ha ideado un método para diseñar huellas dactilares que engañen a los sistemas de autentificación biométrica; y recordemos que lo último en identificación, es precisamente ésto: aplicar parámetros matemáticos y estadísticos sobre los rasgos físicos o de conducta de un individuo para “verificar” identidades o “identificar” individuos. Bueno, pues, en diez o doce puntos, y como si de una receta magistral se tratase, resumen un procedimiento que, de ser puesto en práctica, podría –en primer término– hacer saltar las alarmas. Nada a lo que no se consiga poner freno a base de una excelente ciencia e igual preparación.



[1] Véanse la I y II parte del artículo “De las crestas papilares” en este blog .( De las crestas papilares I" y “De las crestas papilaresII " ) y en los números 4 y 5 de “Quadernos de Criminología”.

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